Tonti and the Pirate.

En Oviedo hay una tienda que vende tóner de impresora y aunque la afluencia de clientes no justifique dos sueldos, ni mucho menos tener dos empleados a la vez, en ella trabajan dos hombres.
Uno tiene un parche en el ojo y es corto de entendederas. A ese lo llamo The Pirate. El otro ve bien de los dos ojos, pero es considerablemente más tonto que The Pirate. A ese lo llamo Tonti. A la pareja que forman la llamo Tonti and the Pirate.
A veces voy a comprar tóner y siempre que entro los encuentro enfrascados en una discusión sobre lo divino y lo humano detrás del mostrador, y siempre la interrumpen el tiempo justo para despachar al cliente sin afectar la fluidez de la discusión. Esta mala práctica de negocio es una ventaja importante para mí porque, en calidad de observador, puedo quedarme remoloneando por la tienda hasta que considere haber oído la cantidad de barbaridades que deseaba oír ese día, y después me acerco a ellos, que por primera vez perciben mi existencia en su local, para que me las cobren junto a la tinta.
No sé cómo se mantienen a flote como negocio, porque abren muy pocas horas al día (aunque podrían abrir el doble si no trabajaran juntos) y nunca he visto más de dos o tres personas en la tienda. Creo que van en contra de la entropía para mantener el arte, porque su existencia es un cuadro costumbrista que yo sé apreciar y aprecio mucho. Es la misma tienda, igualmente vacía, con los mismos dos gilipollas teniendo variantes (de transcendencia variada) de la misma conversación. Espero que nunca cierren, primero porque huele a casa y segundo porque su escena eterna debería estar expuesta en un museo. No digo un cuadro que la represente. Digo ellos dos hablando. Me siento un privilegiado.

El otro día se me acabó la tinta amarilla y fui a comprar un cartucho. The Pirate miraba un periódico y le explicaba a Tonti:
– Pues hay una pareja de dos chicas que los científicos les cogieron un óvulo a cada una y, atiende, les cogieron los óvulos y cogieron un óvulo de una de ellas y cogieron todos los a-de-enes y las cosas de dentro, ¿no? Y cogieron el otro óvulo, y lo inseminaron con los a-de-enes de la otra y hala, y nueve meses en el horno, y tienen una niña ahora. Claro, no es un niño porque, si son dos mujeres, no pueden sacar un niño, porque no tienen los genes.

Por si al lector le interesase, lo busqué en Google al llegar a casa y, además de ser mentira, se ve que es hasta imposible. Y cabe preguntarse si la comprensión lectora del jodido tuerto es tan mala como para decir esa burrada desinformada mientras mira el periódico donde se supone que está escrita o si, en cambio, The Pirate no es tan tonto como yo pienso y mantiene a Tonti en un engaño continuo de conversaciones estúpidas para que la escena costumbrista se mantenga luchando contra lo que es razonable. Quizá, aunque yo vea un dúo cómico en esos dos, el espectáculo sea sólo Tonti, y The Pirate es también un mero espectador, o como mucho un mecenas moral, de la obra de arte que tiene lugar de manera constante ahí dentro.

En cualquier caso, Tonti no sabía que esa información era falsa. Y recuérdese que Tonti es tonto. Tonti no tenía razón para dudar de esa información. En lo que a él respecta, dos mujeres acaban de tener un hijo de las dos, y con ello la ciencia genética acaba de alcanzar un hito histórico que seguramente moldee de gran manera el futuro de la humanidad. Los movimientos de igualdad justicia social se volverán locos. El infierno que puede resultar para muchas parejas no poder tener hijos propios está a punto de acabar.
La reacción de Tonti, al cabo de un rato de reflexión introspectiva sobre todos estos aspectos científicos, humanos y sociales, es hacer esta pregunta:
– Hala tío, ¿pero qué pone ahí, que son una pareja de bolleras? Jejeje. Tijeras. Jejeje.

Saúl Fernández.

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