A Miguel Floriano
Bajo la luna de los coyotes, esperando
el frío de la hora del aullido y arropado
por el olor de la brea y escuchando
el silencio de la arena, el rufián Michael Florian descansa,
mientras engrasa el tubo de su revólver
con cuidado de no quemarse, y engrasa,
en este verso, la metapoética, y engrasa,
y engrasa también las anadiplosis,
y engrasa el encabalga-
miento: el rufián Michael Florian no descansa.
Cómo va a descansar, cómo,
si viene de matar poetas,
si aun tiene en sus muñecas la sangre
de Keats, tras un tiro a quemarropa,
y del cuello de su camisa, el rufián no lo sabe,
aun cuelga un trozo de los sesos de Whitman.
Cómo va a descansar el hombre que acabó,
él solo, con el Barroco en España,
y enterró a Quevedo con el culo fuera
por hacer honor a un chiste de posguerra que a Quevedo haría gracia.
Viene de matar a hostias, qué rufián,
a Luis Alberto de Cuenca
(esto no fue por poesía, esto fue por un lío de faldas
con una diputada del Partido Popular).
Disparó a Ángel González
para conocer a Joaquín Sabina en el funeral
y en el funeral disparó a Sabina, porque Sabina
es gilipollas.
Mató a Miguel Noguera, y mira
que le prometió parte del botín,
porque el patarrealismo no admite tocayos,
y luego se figuró que todos somos tocayos de un modo u otro
y mató a los demás patarrealistas. Se llevó un reloj de bolsillo
del bolsillo de uno de ellos y mirando que no se le hiciera de noche
enterró a Diego y a Saúl y a Fernando y a Xaime
(en distinta fosa que los demás poetas contemporáneos asturianos,
que había matado esa mañana,
a modo de delicadeza).
Y ahora es de noche
y el rufián Michael Florian espera
los aullidos de los coyotes, que ya llegan, y el sueño eterno,
que no,
y con todo engrasado:
la pistola,
la ropa,
el alma,
el rufián Michael Florian alza la vista
y se dispone a morir en la noche del desierto
y por fin, se siente tranquilo:
por supuesto, porque ha liberado el verso
y ha domado la poesía y sabe
que ya no tiene más que hacer, pero también, sobre todo,
porque el muy estructuralista,
el muy rufián,
sabe perfectamente que no puede sobrevivir a este poema.
Saúl.