Acepto peticiones para escribir historias en el blog. Hace unos días, Cris Argüelles me pidió esto:
Estoy haciendo un proyecto sobre áreas de control de aeropuertos y centros comerciales y su similitud programática como el control de la gente y los espías. No tienes que hacer nada, puedes simplemente compadecerte de mí.
Yo no entiendo lo que significan la mayoría de esas palabras puestas en ese orden, así que decidí hacer una historia sobre gente que se parece a programas. No es lo más original en la ciencia ficción, claro está. Pero bueno, aquí va:
Algoritmos.
Era un proyecto ambicioso, pero ahora entiendo que era necesario. Hubo críticas, y vaya si las hubo, por culpa del gasto económico que suponía, y los mismos que ayer criticaban hoy aplauden. Nadie se llegó a disculpar. Yo critiqué mucho, y hoy me disculpo.
Eso es porque hoy entiendo el alcance del Algoritmo.
La computación ya estaba revolucionada del todo, eso es lo que decíamos. Y claro que a niveles físicos los computadores no podían alcanzar mayores velocidades ni menores tamaños. Lo que no tuvimos nunca en cuenta, y aquella loca sí supo ver, es que el tiempo de computación jugaba un papel fundamental al determinar el límite de lo que podía hacer un computador. El tiempo, claro, estaba determinado por la paciencia, y no fue por paciencia por lo que llegamos a este nivel de avance y bienestar.
Lo que quiero decir es que en aquel momento se construyó el computador más grande de la historia y se puso a funcionar a una velocidad que era manifiestamente más lenta que cualquier cosa que hubiéramos visto en los últimos años, y eso iba en contra de todo en lo que creíamos. En cierto modo, iba en contra de la Naturaleza.
No se lea esto, por favor, como un intento de justificación. Mis disculpas son sinceras.
El Algoritmo, cuando salió a la luz, desató una oleada de rechazo, y cómo no iba a ser así, si nadie sabía a dónde iba. Hay quien dice que la loca sabía a dónde iba, pero yo no creo eso. La propia naturaleza del Algoritmo no iba a permitir que ella supiese a donde iba.
De eso se trataba, al fin y al cabo, ¿no? De ensayo y error, y ensayo de nuevo. No de predicción, como han dicho los periódicos; aunque, naturalmente, para eso se va a usar en este mundo de pragmáticos.
Esto empezó cuando la loca tenía el pelo negro y la cara lisa, y recuerdo que todos nos congregamos para verla fallar.
Los registros eran públicos para la comunidad científica, pero ella salía cada poco tiempo del laboratorio a decirnos lo que estaba pasando. Y era mucho mejor verla a ella contándolo que verlo escrito porque ella estaba, no sé cómo decirlo, viva.
No sé si puedo decir lo mismo del resto, pero yo no estaba ahí para reírme de ella, aunque encontraba lo que estaba haciendo risiblemente ridículo. Pero no, yo estaba ahí para escuchar el énfasis que ponía en cada palabra que pronunciaba, como si cada una fuese la más importante que había salido nunca de su boca. Y para ver su pelo, que empezó corto y negro y quieto y a medida que pasaba el tiempo se graseaba y se engrisecía y se estiraba hacia el suelo, y hacia el cielo, y hacia el horizonte, y hacia cualquier dirección diagonal entre estas. Y para ver la obsesión hacer campamento y descomponer a una persona. Supongo, en retrospectiva, que ya entonces admiraba aquel énfasis y aquel pelo y aquel decaimiento, si bien no tanto como ahora.
Estaba ella y estaba aquel disco duro mastodóntico que había hecho construir.
Al principio no había nada en él y después el computador empezó a llenar el espacio de forma caótica con un algoritmo de aleatoriedad y al cabo de un tiempo había subprogramas que interactuaban. Estos subprogramas no hacían nada más que pasarse información inútil, y a ella le parecía maravilloso.
Después ella eligió un subprograma y le puso el código del Algoritmo. Y de ahí salió el primer ser, y salió después de trillones de iteraciones de aleatoriedad y después corrección de fallos y después aleatoriedad a partir de la situación mejorada. Y cuando el ser se replicó fue cuando ella supo, mucho antes que nosotros, que el Algoritmo funcionaba.
El tiempo que pasó desde aquello hasta que losresultados empezaron a ser últiles fue largo, pero ella tenía fe absoluta. Después todo pasó muy deprisa. Los seres se hicieron más complejos y empezaron a conglomerarse para formar seres mayores y esos seres mayores eran cada vez más complejos. Ya en este punto empezamos a aplaudirla, hipócritas de nosotros, cuando ya se le había ido de las manos, cuando no entendíamos qué estaba pasando pero sabíamos que era algo grande.
Desde aquel momento todos mirábamos los resultados y estudiábamos las salidas del Algoritmo. Y cuando ella salía del laboratorio los que antes la miraban con risa ahora la miraban con atención y yo, que antes la miraba con reverencia, ahora la había empezado a adorar.
Llegó un momento en que unos seres inventaron el lenguaje y todos nos quedamos sin palabras. Y no pasó mucho hasta que vieron que había un Algoritmo, o una loca al menos, y pensaron que la loca estaba en control de sus vidas, y le pusieron nombre. Y unos la llamaban Sol y otros la llamaban Yahveh y otros la llamaban de otra manera, porque era enorme el número de lenguajes y de explicaciones que desarrollaron.
Y empezaban a pedir cosas a la loca, y la loca no podía hacer nada más que observar y durante temporadas, cansada de oir peticiones en idiomas que tan solo estaba empezando a entender, dejaba de mirar el ordenador un rato y se cortaba el pelo y se daba una ducha y dormía pero siempre, cuando volvía al laboratorio, nos pedía que la pusiéramos al día, y ella oía de guerras o pestes que había diezmado a los seres, y decían que era un castigo de ella, o de épocas de grandeza y felicidad, y decían que era por la gracia de ella, pero la loca solo podía observar.
Empezaron a entender el Algoritmo. Entendieron el funcionamiento básico del algoritmo del caos y entendieron el algoritmo corrector evolutivo y le dieron nombre al proceso de entender el algoritmo. Decían, siempre dijeron, que el algoritmo no se podía reprogramar. La loca podría haberlo hecho, pero nunca se atrevió. Y por eso los seres dejaron de creer que había una loca.
Los llegamos a ver pasando de su subprograma a otro cercano y llevándose el código del algoritmo con ellos y al cabo de billones de iteraciones los vimos conquistar todos los subprogramas que pudieron alcanzar. Y los vimos olvidarse de la ciencia anterior y renacer como civilizaciones de palos y piedras, y los vimos, con emoción, redescubrir el Algoritmo y reinventar a la loca y desarrollar lenguajes y viajar a través de gran disco duro y luchar entre ellos, una y otra vez.
Y se especula que llegarán a nuestro nivel, y que sabrán aprovechar toda la energía de los que ellos llaman Universo, y que algún día, entre esos seres, habrá una loca que tome un supercomputador y programe un Algoritmo. Ese día ellos podrán ver cómo se crean criaturas que evolucionan hasta ser como ellos, hasta que una de ellas toma un supercomputador y programa el Algoritmo.
Y cuando tal cosa ocurra, sabremos, con probabilidad 1, que nosotros somos los resultados de un Algoritmo de una loca anterior. Ahí arriba. Mirándonos.
Así reencontraremos a nuestros dioses. Y después… lo que pasé después, supongo, lo habrá de decir el Algoritmo.
Saúl.